Cosas que pueden ocurrir cuando esperas un taxi

Taxi

Hora de llegada: las 5.43 de la mañana del domingo.

Para poneros en situación, he estado esperando una hora y media a que un taxista se dignara a recogerme…

Sí, es cuestión de apetecer o no apetecer. Me explico: los taxistas que trabajan por la noche, y sobre todo un fin de semana, son muy selectivos a la hora de escoger clientes. Mantienen la bandera bajada en ámbar (de ocupado) o sin luz para observar al personal.

Cuál fue mi error… muy sencillo, esperar en una parada atestada de gente. Entre las personas que les gritaban enfurecidas al ver que pasaban vacios y seguian de largo, los borrachos que organizaban un auténtico show en vivo y en directo, y los poligoneros (pandilleros, camorristas, etc.) berreando a no se sabe quién (posiblemente imaginario), no habia dios quien pillara un taxi; asi que ni corta ni perezosa, después de esperar media hora, cambié de lugar con la esperanza de que con mi cara de niña buena, alguno se apiadara.

Lo que no había tenido en cuenta, es que por alguna extraña razón, una chica sola que fumaba tranquilamente un cigarro, llamaba la atención de los transeúntes. Asi que, además de conocer individuos «originales», he atesorado joyas de la expresión oral y descubierto idiomas nuevos. ¡Es toda una experiencia! Por culpa de esos momentos estelares que mi mente guardará como un tesoro, veía cómo se escapaban, raudos y veloces, mis posibles candidatos, durante una hora más….

El último individuo (alcoholizado hasta el alma y más) que me obsequió con su compañía, creyó que era buena idea colocarse en medio de la carretera, mientras ponía a parir a los taxistas y sus familiares. Tres taxis pasaron de largo a pesar de mi cara de sufrimiento. Desesperada le sugerí que si iba a Mesa y Lopéz (una calle comercial muy transitada) tendría muchas posibilidades de coger uno. Me esforcé en ser convincente y no dejar traslucir mis verderos sentimientos: ¡vete de una puta vez, joder!

Otra vez sola, pude conseguir mi objetivo al medio minuto (yuuujuuu). Indignado el tipo, al darse cuenta de su error, se lanzó hacia la carretera para parar el coche. Cuál era su intención lo desconozco. Pero gracias a que no ibamos a mucha velocidad no se lo llevó por delante. De hecho, el taxista tuvo que frenar y esquivarlo con paciencia, porque no se quería apartar de nuestro camino mientras gritaba improperios contra su ascendencia.

¿Qué posibles conclusiones puedo sacar de esta experiencia? Que las paradas de taxi son inútiles y que la gente de Las Palmas (ciudad donde resido actualmente) es bastante singular por decirlo de una forma cariñosa y sin acritud.

¡¡¡QUE SUERTE VIVIR AQUÍ!!! HE VUELTO A REENCONTRAR LA ESENCIA DE LA CIUDAD… ESTOY EN CASA

Mis obreros, los pies

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Pies

– Hola – saludaron al unísono.

– Yo soy Der – dijo uno -.

– Yo soy Iz – dijo el otro algo más tímido -.

Estaban allí ante una audiencia curiosa y espectante que les miraban fijamente. Ambos estaban emocionados y a la vez algo asustados, aunque no lo reconocieran, ante la oportunidad que se les presentaba de expresarse libremente, sin mediación de su jefa. Movían sus deditos nerviosos al sentir que la gente les miraba con curiosidad.

Der, el más decidido, se había erigido como el portavoz de los dos, pues siempre tenía la mente clara y sabía cual era su camino. Era un buen tipo, en general, pero desde hacía un tiempo tenía problemas de salud por exceso de trabajo, y se había vuelto un cascarrabias. Iz, en cambio, era el más retraído y no le gustaba mirar a la gente de frente, prefería esconderse tras las faldas de su hermano.

Echaron un rápido vistazo hacia arriba para asegurarse de que ella no estaba mirando.

– Hablo en nombre de mi compañero y del mío propio, cuando aseguro que somos víctimas de explotación laboral – los oyentes dejaron escapar un «oh» exclamativo acompañados de sus rostros marcados por la incredulidad – trabajamos más de doce horas diarias, e incluso hacemos horas extras. ¡Y qué conseguimos a cambio? La censura, el descrédito y la humillación de nuestra amadísima jefa.

Iz se acercó a su hermano temeroso, indicándole que a su parecer estaba exagerando la cuestión; sin embargo, Dez estaba cogiendo carrerilla.

– Una tirana sin corazón, eso es ni más ni menos. Somos el proletariado oprimido por la violencia inherente al sistema – los presentes no pudieron evitar mostrarse extrañados al no entender nada de lo que decía.

– Lo que quiere decir mi hermano es que le duele que su trabajo no sea reconocido, y que le gustaría que le dieran, de vez en cuando, alguna palmadita en la espalda y unas palabras de agradecimiento.

– ¡Ja! Una carta por escrito y un aumento de salario es lo que deseo – rectificó enfurecido Der – Si hacemos bien nuestro trabajo, es nuestro deber; si nos equivocamos o tenemos problemas, es que somos unos vagos. Revindicamos que se nos trate con respeto y que mejoren nuestras condiciones laborales.

– La verdad es que no nos vendría mal un nuevo equipo de trabajo… – dijo pensativo Iz -.

– ¡Iremos a la huelga! Hablaremos con los demás asociados y nos negaremos a dar un paso más hasta que no se revisen nuestras prerrogativas.

Los asistentes contuvieron la respiración al ver a Dez ponerse rojo de ira, mientras una vena surgía en su frente palpitando peligrosamente. Decidieron que era un buen momento para hacer mutis por el foro antes de que la sangre llegara al río.

Al quedarse a solas, los dos obreros se reunieron con los técnicos del aire acondicionado, con los evacuadores de residuos, con los de cocinas, con los de carga y descarga, y el resto de trabajadores que se dedicaban al transporte como ellos. Todos tenían una lista innumerable de quejas contra la patrona y su equipo directivo, como por ejemplo: la emisión indiscriminada de co2 y otros residuos como el alquitrán, el mantenimiento de las instalaciones de la empresa y los equipos de trabajo, sobre las vacaciones y periodos de descanso… unánimemente estuvieron de acuerdo en que darle un escarmiento a la patrona era la mejor opción.

Estuvieron en huelga todo el día. Echaban por tierra todos los planes, haciendo que más de una vez tanto ella como su equipo de asistentes tuvieran que bajar a su nivel y poner las cosas en su sitio. Hasta que por último, después de hacerles besar el suelo que ellos pisaban, claudicaron. Ya por la noche a punto de terminar la jornada, se sentaron en torno a una mesa a negociar:

– ¡Bueno qué es lo que quieren! – dijo Arminda dirigiéndose a los dos subversivos con cara de fastidio y alguna que otra magulladura en su orgullo-.

– Que se nos dé otro uniforme para el verano, nos asamos de calor; que no nos obliguen a hacer actividades imposibles y si la actividad es difícil, se respeten los horarios de descanso. Que las órdenes del mando sean claras y precisas, que se concentren en su trabajo porque, si ellos se despistan, nosostros nos equivocamos por indecisión – dijo de un tirón el portavoz -.

– Está bien… – sentenció Arminda dándose cuenta de que sus exigencias eran muy razonables y que quizá ella no había sido una buena dirigente – me parece justo. No obstante, tengo algunas condiciones: si yo accedo a todas vuestras peticiones, me gustaría que dejaran de quejarse a cada momento, que no dudéis cuando crean que algo está fuera de sus posibilidades, yo creo en ustedes y eso debe bastarles; que cuando les pido que vayan todo recto, no decidan ir a la derecha o a la izquierda, o a ambas; y sobre todo, sobre todo, que no me abandonen nunca por que sin ustedes no iría a ninguna parte – sonrió con cariño a los miembros de la asociación. No quería discutir más.

Der aún estaba enfurecido, pero los demás trataron de mitigar su estado de ánimo. Al fin y al cabo, todos estaban en la misma empresa y se necesitaban unos a otros.

Por Arminda C. Ferrera

Mientras dormías

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soñando, durmiendo, pensativo, melancola

Se me marchitan las palabras,

Y no se apura el llanto,

Te miro y pareces dormido.

No sé que sentir.

Eres parte de mí

Pero a la vez eres tan lejano…

Eras una constante ausente en mi vida.

A eso quedaste reducido.

A un murmullo sordo.

Así fue.

Y ahora que se acerca el tránsito

¿Cuántas cosas dejas atrás?

¿Cuántas palabras murieron entre nosotros

Antes de ser pronunciadas?

Sí, es una despedida amarga.

Deseo que partas para que no sufras

Y sufro porque no quiero

Que te invada la oscuridad y el miedo,

Que te pierdas entre las sombras.

Lucho cada día junto a tu lecho

Para que se disipen tus dudas,

Lucho contigo para que no te aferres

Y no lo entiendes.

No es odio lo que siento,

No es alivio lo que brota,

Es profunda pena,

Por lo que pudo ser

Y no será nunca más.

Por Arminda C. Ferrera