Eros o Psique (o los otros Romeo y Julieta)

Together We Will Live Forever (The fountain OST) – Clint Mansell

Heme aquí tan atribulada. Renegando del día en que osé a intercambiar pareceres con tu persona. Tu nombre es portador de mi desgracia. Y a la vez me transporta hacia la dicha. ¿He de odiarte por tu nombre, o amarte por quien eres? Marcados estamos por un caprichoso hado. Sino fueras hijo de quien sois, mi más odiado enemigo; si yo no fuera hija de mi casa, tu más enconada enemiga. Tiempo atrás no me dejaría arrastrar por las dudas y empuñaría presta mi acero para darte muerte, deseosa de borrar la sonrisa de tu amable rostro, pagando sangre por sangre.

Si tus parientes no hubieran perseguido hasta la exterminación a los míos, si tus hermanos no hubieran hecho festín de gusanos a mi ascendencia, uno a uno con metódica saña. Si mis hermanos no te odiaran como yo misma (hace algún tiempo no muy lejano) y mis manos no se hubieran deleitado con la venganza… pudiera enumerar múltiples razones para aborrecernos.

Heme aquí discerniendo, que es más sensato: Eliminar cualquier rastro de sentimiento que haya albergado hacia tu persona, que va aumentando al pasar los años tímidamente, o bien, dejarlos que sigan su curso natural hasta que nos lleven a un final más o menos deseable. La lógica ha sido mi aliada más preciable, si bien no me librado de sufrimientos, me ha ahorrado innumerables tormentos, pero también ha mutilado mi alma. Esta es mi contradicción y mi enseñanza. Lograr la reconciliación entre mente y sentimiento.

La mente me explica cuales son los motivos por los cuales tú debes ser exiliado de ella para siempre: seremos perseguidos por nuestros semejantes, por aquellos que antes serían nuestros amigos y aliados; nos cazarán como bestias por no entender que tal unión pueda ser posible. Mas el corazón, muy persuasivo, me insta a no dejarme vencer por los obstáculos, que no me rinda al miedo… mi alma me susurra que no debo odiar a un nombre, sino que rechace todo aquello que atente contra la ley del universo que todo lo rige, el amor. ¿Qué debo hacer? La mente, a quién le había dejado siempre mis asuntos y me ha servido bien, me insta a abandonar esa locura.

Esos sentimientos tímidos que asoman ya a mis ojos cuando se posan en tu persona, sospecho que se pueden tornar en apasionadas fuerzas naturales capaces de derribar hasta las mismas montañas, quebrar el fondo de los mismos océanos… pero esas se pueden convertir en devastadoras e incontrolables que esparcen el sufrimiento y la muerte por do quiera que se emplacen. ¿En que mundo podríamos unir nuestros destinos en paz? Esa es mi incertidumbre y mi pesar.

Ambos nos hemos confiado como amigos el uno al otro nuestras vidas, compartiendo secretos hasta entonces velados que podrían convertirnos en finados antes del alba si ello trascendiera. Hemos enlazado nuestras mentes para saber el uno del otro en la distancia, hemos intercambiado presentes, miradas, pensamientos… nuestros actos han hablado mucho antes de que los alcanzara el entendimiento y la fría lógica, antes de que nos diéramos cuenta en que peligrosa senda estábamos adentrándonos. Ahora solo me resta saber si tengo el valor suficiente para seguir por el camino que me ha llevado el corazón con asombrosa naturalidad, o desandar lo andado para evitar futuros padecimientos.

¿Estaré dispuesta a desafiar al mundo a pesar del miedo a que sea un capricho tanto tuyo como mío? ¿Estaré dispuesta a reconocer que no lo es?

Por Arminda C. Ferrera