Y lejos de degradarse con el tiempo, como las letras escritas en un papel, cada día, cada noche, cada instante, en cada aliento, se hacía más fuerte y más insondable, tanto que no hallaba principio ni final en esa inmensidad; en ese silencio calmo henchido de aquello que no se podía explicar con palabras. De todo aquello que provocaba la risa y el llanto más sinceros, la cálida euforia desbordante y la respetuosa quietud, al mismo tiempo.