Sobre el romanticismo

“¡Que despierte entre tormentos!- gritó con terrible vehemencia, dando con el pie en el suelo y vociferando en un súbito acceso de indomable pasión-. , ha mentido hasta el final. ¿Dónde está? No está allíno en el cielono muerta… ¿dónde?   Tú me dijiste que no te importaban mis sufrimientos. Yo sólo hago un ruego…, y lo repito hasta que mi lengua se entumezca…. Catherine Earnshaw, que no descanses mientras yo viva. Dijiste que yo te maté, persígueme, pues. Los muertos, yo creo, persiguen siempre a sus asesinos. […] Quédate siempre conmigo, en cualquier forma, ¡vuélveme loco! Sólo no me dejes en este abismo donde no te pueda encontrar. […]¡No puedo vivir sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma!”

Heathcliff

Cumbres Borrascosas

Emily Brontë

Mucho Ruido y Pocas Nueces

BEATRIZ.-Justamente, si no me da marido, cuya merced le imploro de rodillas todas las mañanas y todas las noches: «¡Señor! Yo no podría sufrir a un marido con toda la barba; preferiría acostarme con un montón de lana».

LEONATO.-Podéis poner los ojos en un marido sin barba.

BEATRIZ.-¿Y qué haría con él? ¿Vestirle con mis faldas y que me sirviese de doncella? Quien tiene barba es más que un mancebo, y el que carece de ella menos que un hombre. Si es más que mancebo es mucho hombre para mí, y si es menos que hombre, soy yo mucha mujer para él. Por consiguiente, prefiero tomar seis peniques de arras del guardaosos y conducir sus monos al infierno.

LEONATO.-Bueno; entonces, ¿irás al infierno?

BEATRIZ.-No, sino hasta la puerta. Allí me saldrá al encuentro el diablo, quien, con sus cuernos en la cabeza, como un viejo cornudo, me dirá: «Anda al cielo, Beatriz, anda al cielo; aquí no hay sitio para doncellas como tú». Entonces yo le dejaré mis monos y me encaminaré al cielo en busca de San Pedro. Él me enseñará dónde se sientan los solterones, y allí viviremos tan dichosos cuan largo es el día.

ANTONIO. A HERO.- Bueno, sobrina; confío en que os dejaréis guiar por vuestro padre.

BEATRIZ.-Sí, a fe; el deber de mi prima es hacer una reverencia y decir: «Como os guste, padre». Pero, sobre todo, prima, que sea buen mozo; o de lo contrario, haz otra reverencia y di: «Padre, como a mí me guste».

LEONATO.-Vamos, sobrina, espero veros un día provista de esposo.

BEATRIZ.-No será en tanto Dios no haga a los hombres de otra sustancia distinta a la tierra. ¿No es desesperante para una mujer el verse dominada por un puñado de polvo valiente y tener que rendir cuentas de su vida a un terrón de cieno petulante? No, tío; no quiero a ninguno. Los hijos de Adán son mis hermanos; y, francamente, tendría por pecado buscar un esposo en mi familia.

LEONATO.-Hija, acordaos de lo que os he dicho. Si el príncipe os solicita en ese sentido, ya sabéis la respuesta que habéis de darle.

BEATRIZ.-Prima, culpa será de la música, si no sois cortejada a su debido tiempo. Si el príncipe se muestra demasiado importuno, decidle que en todo hay compás, y bailad en vez de contestarle. Porque, oídme, Hero: el enamorarse, el casarse y el arrepentirse son, respectivamente, como una giga escocesa, un minué y una zarabanda; el primer galanteo es ardiente y rápido, como la giga escocesa, y no menos fantástico; el casamiento es formal y grave, como el minué, lleno de dignidad y antigüedad; y luego viene el arrepentimiento y con sus piernas vacilantes toma parte en la zarabanda, cada vez más torpe y más pesado, hasta que se hunde en la tumba.

LEONATO.-Sobrina, siempre miráis las cosas por el lado desfavorable.

BEATRIZ.-Tengo muy buena vista, tío. Soy capaz de distinguir una iglesia en pleno día.

Mucho ruido y pocas nueces (William Shakespeare)

Acuérdate de mí

Deo Et Patri (Constantine OST) – Brian Tyler

Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna…
ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!… Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.

Versión de Enrique Álvarez Bonilla

Escrita por Lord Byron