Canción desesperada – Libertad Lamarque
Consume mi cuerpo entre tus labios;
Reduce a humo con ansia mi existencia,
A humo negro como ser envenenado.
No es presunción sino una advertencia
Cuando te digo que soy puro vicio
Y de vicio lentamente mato.
Muerte disfrutó de las palabras que suspendidas en el aire se mezclaban con el humo del cigarro que la dama agarraba con desparpajo entre sus dedos amarillentos. Poetisa de los suburbios, de los callejones oscuros, de amantes apurados, de billetes arrugados y centavos, voz desgarrada, cuerpo decrépito e investidura decadente; si tuviera corazón latiría.
Pudiera haber sido una historia de amor, no hermosa, ni tierna, ni amable, mas sí brutal, visceral, fugaz. Su eterna sonrisa parecía ahora sincera, al imaginar a la dama besando a la propia MUERTE como si le fuera la vida en ello.
Apurando la copa dejó las marcas carmesíes en el cristal. MUERTE reparaba en todos los detalles, absorbiendo su esencia impregnada de alcohol y rabia. ¡Dioses, hubiera dado todo lo que tenía por sentir así, solo un segundo!
– ¿Y Tú qué coño miras?
– Me gustan tus poemas.
– Pues tengo más, si al señor le complace, ahí va otro calentito…
Con buena vid puedes llenar mi copa
Que calienta mientras se sirve, las entrañas,
Te prometo apurarla sin derramar ni gota.
No me avergüenza decir que me doy a la bebida,
Sea jarra, botella o vaso, no hago ningún asco.
A morro, a veloz nadie me gana,
Desde la boca hasta el fondo la remato
Y cuando se agota a por otra.
– Lo que digo: MARAVILLOSO
Por Arminda C. Ferrera
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