Sobre lo inevitable

Femme Fatale Desktop by Stuntkid

Je ne veux pas travallier – Pink Martini

Con una solitaria copa de líquido ambarino con dos piedras de hielo a medio derretir en la barra de un bar, las uñas pintadas en rojo sangre… seguramente por arrancarle el corazón a los hombres,  acerca el vaso a sus labios carmesíes mientras levanta el velo negro que ensombrece su mirada. Sentada en un taburete, mostrando con algo de provocación sus elegantes piernas cruzadas tras la abertura de la falda, acariciadas por una medias como humo y sus zapatos de tacón negro,  la mantenía fuera del alcance de los mortales comunes.

Esperaba al hombre de sombrero de ala ancha y gabardina que fumaba Ducados… para que la invitara a un trago… un tipo duro al que no le quedara corazón que pudiera devorar. Pues inevitablemente un verdugo no tiene razón de ser si no posee una víctima a la que martirizar… y viceversa. De eso iba la historía: vestidos así no había otro fin posible…

Íntimo y Personal (Sombras en la Niebla)

The power of one choir – X Ray Dog

Se llamaba Hernán. Había aparecido un día en el trabajo y desde entonces, no había dejado de venir; siempre a la misma hora. Un hermoso joven moreno de ojos oscuros, pelo enmarañado y sonrisa perfecta. Seguro de sí mismo, con un gran magnetismo personal, que no se dejaba amilanar por las evasivas o por la fría cortesía. Tan simpático, tan solícito que decidió dejarse seducir. ¿Por qué no? No recordaba la última vez que tuvo relaciones sexuales, mínimo hacía un año dos meses, una semana y medio día. Desde el momento que comenzó a tener sueños eróticos con su psiquiatra, el único hombre heterosexual de su vida, se dio cuenta que tenía que hacer algo al respecto.

Al ritmo de sus caderas se movía sobre él. Mientras los gemidos de placer aumentaban de intensidad así como sus movimientos. Apoyaba sus manos en su pecho desnudo para descansar los músculos de los muslos y jugar con la profundidad de la penetración. La respuesta un quejido ahogado de éxtasis. No le dejaba asueto, y acabaría pronto el encuentro a ese ritmo. Los temblores de su abdomen y los ojos en blanco de su amante le indicaron el momento. Se apartó de él y se sentó al borde de la cama.

–         Ha estado increíble – le comunicó cuando recobró la compostura. Se acercó a ella por la espalda y le besó el hombro – ¿lo volvemos a repetir dentro de un rato? Aún me quedan preservativos. Pero esta vez déjame tomar la iniciativa. Tienes suerte que mi apetito sexual sea el de un adolescente – le besó el cuello, pero ella se apartó- ¡Oye, qué ocurre…! no me quejo de nuestros encuentros esporádicos, ni de tu entusiasmo, dios me libre de ese sacrilegio. Pero por una vez me gustaría ser yo quien te diera placer. No me importan tus cicatrices, ya lo sabes y aún no has probado mi especialidad, por la que seguramente te enamorarías irremediablemente de mí y te convertirías en mi esclava sexual de por vida.

–         Lo dudo… – se levantó para ir al baño.

–         Ya sé, quieres acabar con mi orgullo masculino. ¿Sabes que eres muy agresiva y mandona en la cama? Me vas a mal criar

–         No te quejabas hace un minuto – gritó desde allí, mientras se daba una ducha rápida.

–         Me siento tu consolador – dijo imitando estar ofendido – y te aseguro que hay otras partes de mi anatomía diseñadas para estos menesteres, muy eficientes. Por ejemplo mis manos o mi lengua. Pero la señorita de “se mira pero no se toca” tiene que seguir siempre las normas.

–         Sabes que esas son las reglas, las tomas o las dejas pero no son negociables.

–         Quien te oyera parece que te estuviera pidiendo algo horrible…

Apagó la luz del cuarto de baño, secándose con la toalla y volvió a la cama con cara de fastidio. Sabía que ese momento tenía que llegar en algún momento. ¿Por qué no se conformaba con eso?

Cuando se tumbó en la cama, él se tendió a su lado y le puso la mano en su vientre, con su dedo recorrió las diferentes cicatrices del abdomen de forma descendente y distraídamente metió la mano entre sus muslos para acariciarle.

–         Estate quieto o te vas – le golpeó y quitó la mano. Mejor sería hacer algo y rellenar ese momento tan embarazoso antes de pedirle amablemente que se vistiera y se largara a su puta casa.

–          Está bien, está bien… seré un niño bueno – se desmadejó en la cama y como si fuera un efebo despreocupado y satisfecho se estiró y colocó sus manos detrás de la cabeza – si alguno de mis congéneres masculinos me escucharan, pensaría que estoy como un cencerro – Elena se colocaba la ropa interior – me tiro a una mujer que está de vicio, que hace todo el trabajo y me quejo…

–         La cuestión es quejarse

–         Supongo que es tu autosuficiencia la que me tiene desconcertado. Los polvos rápidos tienen su aquel. Sin embargo, a veces quieres algo más elaborado. No sé… – empezó a reírse entre dientes – me gustaría que alguna vez te dejaras llevar, que gritaras mi nombre como una posesa, perdieras el sentido mientras me suplicaras que quieres más y que gimieras como una gata en celo… solo de pensarlo, nuestro amigo – dijo mirándose el pene – se ha puesto contento.

–         Pues tu amigo tendrá que contentarse en otro momento… ya es tarde y mañana tengo que madrugar.

Pero Hernán no era de los que se rendían con facilidad. En dos movimientos se levantó y cogió algo de su pantalón. Y ante la mirada incrédula de su amante, como un médico que se pone los guantes de látex antes de una exploración, se colocó el preservativo. En sus labios dibujada una sonrisa maligna y lasciva.

-Cariño… esto no te va a doler…

Cita extraída del quinto Capítulo de la historia “Sombras en la Niebla” que trata de una mujer, Elena, que ha perdido la memoria después de un intento de suicidio. Se esforzará en recordar su pasado para intentar enfrentarse al presente, sin embargo, hay cosas que es mejor no recordar y lo descubrirá demasiado tarde. Si queréis leerla desde el principio hacer un click AQUí, o bien leer el quinto capítulo entero, en el enlace que hay a continuación.

Capítulo 5

En la oscuridad…

–         Puedes gritar cuanto quierasmiró a su alrededor abriendo sus manos como si quisiera mostrar todo el espacio a su alrededor – Estamos solos tú y yo.

Se acercó a su cuerpo atado suspendido en medio de la habitación, enfrente suya para que le mirara a los ojos y viera por sí misma que no iba a mentir:

–         Podemos hacer esto de dos maneras. Ambas llegarán al mismo resultado. La única elección que tienes ahora es cómo vas a estar cuando consiga lo que quiero – Se paseó a su al rededor sin apartar su atención de ella – A lo mejor albergas la esperanza que te salven, que mueras antes de que eso ocurra – se acercó a ella de nuevo para que sintiera su ansia – o que me conmueva tu dulce rostroemitió risita de complacencia – Primero, te negarás a hablar; anularé tus defensas con contundencia. Luego, intentarás mentirme, me enfadaré y desbarataré tus urdimbres con afilada precisión. Probarás mil maneras de evadirte pero yo estaré ahí como si estuviera dentro de tu ser llegaremos a ser íntimos amigos.

Olía su sudor, su miedo destilado en cada poro, mezclado con ese olor a rosas embriagador.

– No tengo prisa. Medita lo que te he dicho – lentamente se separó de ella y tomó rumbo hacia la puerta ¡ah, una cosa!, el hecho de que te hayas mordido la lengua para no conversar amablemente conmigo ha sido ingenioso y valiente pero recuerda: no necesito que hables.

Dedicado a Kïlme InnGrull

Historias de Nohm

Callejón sin salida (Un Día Cualquiera)

Molossus (Batman Begins OST) – James Newton Howard & Hans Zimmer

Empezó a tener consciencia de lo que pasaba alrededor. Estaba sentado en una de las sillas de la cocina. Tenía las piernas y las manos atadas fuertemente. Le dolía, le dolía mucho. No entendía qué pasaba, en aquella zona no había tanta delincuencia, y si se robaba alguna casa se solía hacer cuando no había nadie, para evitar problemas. Comenzaban a cerrársele los ojos de nuevo cuando le tiraron agua helada en la cara, empapando la ropa que se adhirió al cuerpo inmediatamente y sin darse cuenta, se meó encima.
Sabemos que la tienes ¿Dónde está? ¿Se la has dado a alguien maldito cabrón? – la voz era de hombre, venía de detrás de él ¿Qué era lo que tenía? ¿La hierba? ¿Era de la poli?
E – e – e – está en la cajita que está al lado de la tele, pero por favor, no me hagan daño, ¡Sólo es un poco de hierba! ¡Dios mío, no me hagan daño!.

Alguien se colocó delante de él, tan pegado a su cara que no podía enfocar bien y aún así no podría saber qué cara tenía. Era una mujer porque si miraba hacia abajo veía su pecho y un revólver con silenciador bajo su axila.
No, no te preguntamos por la marihuana, queremos saber donde está la niña ¿Dónde está Leonor? – Aquello sí que le sorprendió, ¿Leonor? Hacía que no la veía desde que lo echaron del colegio. No entendía nada, nada de nada ¿Qué estaba pasando? ¿Porqué? ¿Por qué? ¿Por qué?
No lo sé, no lo sé, no la veo desde hace dos semanas…¡De verdad que no lo sé! – La mujer se alejó un poco y por fin la vio bien, pelo negro, ojos claros, le cogía de la mano, le cogía un dedo y un enorme dolor le dejó ciego por momentos, notaba una pulsación extraña en la mano, y supo que aquella mujer le había roto el dedo ¡y su cara ni siquiera demostraba enfado! – ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¿Pero qué he hecho? ¡Por favor! ¡No me maten! ¡Yo no he hecho nada! ¡Juro que no sé nada! – Lloró, se sentía sólo y sabía que iba a morir allí, sin ayuda, sin saber siquiera porqué estaban aquellos psicópatas allí. Le dolía tanto la mano… Sin querer llamó a su madre sin que pudiera controlar su cuerpo. – ¡Dios mío!

Por Almudena L. Bruñas

Extracto del Sexto capítulo de «Un Día Cualquiera». Para leer el relato desde el principio hacer un click AQUí, o si quieren leer solamente el capítulo dirigios al enlace que está a continuación.

Un Día Cualquiera (6)

Desencuentros (Sombras en la Niebla)

Tango de los Exiliados – Vanessa Mae

Al regresar con la comanda a la barra, aprovechó para hablar con Ana mientras disponían las consumiciones.

– El de la mesa diez me pone los pelos de punta.

– No ha parado de mirarte desde que entró, te sigue con los ojos; mal disimulado, por supuesto – susurró divertida – A lo mejor te quiere pedir el número de teléfono; al menos es guapo.

– Si cogiera el número de todos los que se portan de esa forma tendría unas citas muy interesantes – dijo en broma – una en el geriátrico, otra en el local de ambiente más cercano, ¡ah! sin olvidar la de la salida después del instituto…

La compañera rió entre dientes como respuesta.

– Al menos la mujer era hermosa y el adolescente una ricura… estás siempre buscando excusas.

Cogió la bandeja con los pedidos, mientras la amenazaba de muerte en silencio. Echó un rápido vistazo a la mesa diez. Ana tenía razón, la observaba sin ningún tipo de disimulo. Muy serio, eso era una novedad. Así que cuando le tocó el turno estaba a la defensiva.

– Elena es tu nombre… – dijo cuando le puso el café. No fue una pregunta, era una afirmación rotunda. La cogió desprevenida y su sorpresa se hizo patente en su rostro.

– Sí, ¿nos conocemos? – él negó con la cabeza.

– Lo dijo tu compañera.

– Ah…- «Café servido. Paso de los tipos raros» pensó.

Sin embargo, cuando iba a seguir de largo se le heló la sangre en las venas. Por un momento, cuando el cliente fue a tomar la cartera de la chaqueta, por la abertura de su camisa de botones se escurrió el colgante que llevaba al cuello, dejándolo a la vista: Una concha de color marfil.

-¿Qué es eso? – dijo señalando el colgante.

– Una concha – su tono casual la puso en alerta. Dejó un billete encima de la mesa y se levantó para marcharse. Ella sacó la suya de entre la ropa y la mostró – buen gusto… – sonrió pero sus ojos eran duros, opacos.

Por Arminda C. Ferrera


Cita extraída del cuarto Capítulo de la historia “Sombras en la Niebla” que trata de una mujer, Elena, que ha perdido la memoria después de un intento de suicidio. Se esforzará en recordar su pasado para intentar enfrentarse al presente, sin embargo, hay cosas que es mejor no recordar y lo descubrirá demasiado tarde. Si queréis leerla desde el principio hacer un click AQUí, o bien leer el cuarto capítulo entero, en el enlace que hay a continuación.

Capítulo 4