Cyrano de Bergerac

CRISTIÁN.

¡Capitán!

CARBON. (Volviéndose y mirándole de arriba a abajo.)

¿Qué queréis?

CR1STIÁN.

¿Qué se debe hacer cuando uno se encuentra con meridio­nales demasiado fanfarrones?

CARBON.

¡Demostrarles que se puede ser del Norte y valiente! (Le da la espalda.)

CRISTIÁN.

¡Gracias!

PRIMER CADETE. (A Cyrano.)

¡Ahora cuéntanoslo!

TODOS. ¡Que lo cuente!… ¡Que lo cuente!…

CYRANO. (Dirigiéndose hacia ellos.)

¿Que lo cuente? ¡bien! (Todos acercan. sus taburetes y se agrupan a su alrededor, tendiendo el cuello. Cristián, se sien­ta a caballo de una silla.) Pues iba completamente solo a su encuentro. La luna en el cielo brillaba como un reloj; de repen­te, no sé qué cuidadoso relojero pasó un paño de nubes por la caja plateada de aquel reloj redondo. Se hizo la oscuridad. Era la noche más negra del mundo, y como los muelles no estaban suficientemente iluminados… ¡maldita sea!… no se veía más allá de…

CRISTIÁN.

¡De un palmo de narices!

(Silencio. Todos se levantan lentamente. Miran a Cyrano con terror Éste se ha callado, estupefacto. Pausa.)

CYRANO.

¿Quién es este hombre?

UN CADETE. (A media voz.)

¡Ha llegado esta mañana!

CYRANO. (Dirigiéndose hacia Cristián.)

¿Esta mañana?

CARBON. (A media voz.)

Es el barón de Neuvil…

CYRANO. (Deteniéndose rápidamente.)

¡Ah¡… Está bien. (Palidece, se pone rojo, parece que va a lanzarse sobre Cristián.) ¡Yo… (Después se domina y dice con voz sorda.) ¡Está bien! (Vuelve al hilo de su relato.) Como decía… (Con un estallido de rabia en la voz.) ¡«Mordious»! … (Continúa en tono natural.)… no se veía nada… (Estupor entre los cadetes que vuelven a sentarse mirándose unos a otros.) …y yo caminaba pensando que por culpa de un puñado de rufianes, me iba a indisponer con algún noble, que, desde luego, me cogen:…

CRISTIÁN.

¡Por las narices!

(Todos se levantan. Cristián se balancea en su silla.)

CYRANO. (Atragantándose.)

me cogería ojeriza… que, imprudentemente, iba a meter…

CRISTIÁN.

¡Las narices!…

CYRANO. (Enjugando el sudor de la frente.)

la cabeza entre la espada y la pared… porque ese noble podía tener tanto valimiento que quizá me…

CRISTIÁN.

Rompiese las narices…

CYRANO.

…castigase. Pero me dije: ¡Adelante, gascón, haz lo que debes! ¡Adelante, Cyrano! Cuando ya había decidido conti­nuar, surgió repentinamente de las sombras… un…

CRISTIÁN.

¡Un narizota!

CYRANO.

… un le detengo y me doy…

CRISTIÁN.

¡…de narices!…

CYRANO. (Saltando hacia él.)

¡Por los clavos de Cristo! (Todos los gascones se adelan­tan para ver qué sucede; Cyrano llega junto a Cristián, se domina y continúa.)…y me doy de frente con cien borrachos que apestaban a vino y a cebolla. ¡Salto contra ellos, la frente baja…

CRISTIÁN.

¡La nariz al viento!…

CYRANO.

… me lanzo a fondo, atravieso a dos por el estómago; ensar­to a uno completamente vivo… Si alguien me ataca, ¡paf!, ¡yo le respondo…!

CRISTIÁN. ¡Pif!…

CYRANO. (Estallando.)

¡Rayos y truenos!… ¡Salid todos!

(Los cadetes se precipitan hacia las puertas.)

PRIMER CADETE.

¡Es el despertar del tigre!

CYRANO.

¡Salid todos y dejadme a solas con este hombre!

SEGUNDO CADETE.

¡Lo va a hacer picadillo!

RAGUENEAU.

¿Picadillo?…

OTRO CADETE.

¡Y lo va a meter de relleno en uno de tus pasteles!

CARBON.

¡Salgamos!

OTRO.

¡No va a dejar ni las migas!

OTRO.

¡La que se va a armar aquí!

OTRO. (Cerrando la puerta de la derecha.)

¡Algo espantoso!

(Ya han salido todos por el fondo o por los laterales; algu­nos lo han hecho por la escalera. Cyrano y Cristián perma­necen frente afrente y se miran un momento.)

Escena de la obra de Edmond Rostand

«Cyrano de Bergerac«