
e despertó y la luz dorada del sol del amanecer se abría paso entre el follaje, acariciándole el rostro suavemente como la cálida mano de una persona querida que intentaba despertarla. Sonrió. Pero al abrir los ojos cayó en la cuenta de donde se encontraba. Las enredaderas habían reptado por su cuerpo, el musgo se había acomodado entre su pelo y sus diminutas flores comenzaban a abrirse para saludar el día. El olor a sabia y humedad penetró sus fosas nasales al inspirar fuertemente como si llevara mucho tiempo durmiendo y el cuerpo al iniciar la actividad necesitara un aporte mayor de oxígeno. Y a pesar de que el bosque a la luz del amanecer era hermoso estaba melancólica. Aunque no recordaba porqué. Se estiró y las plantas se retiraron lentamente. Una luz tintineante se interpuso en su campo de visión. Agudizó la vista para ver de qué se trataba.
– ¡Un hada! – y como si el hada le contestara se oyó el timbre de miles de campanillas diminutas. Parecía que quería que la siguiera – Claro, ¿A dónde me llevas?… Oh sí, tengo mucha hambre; también, tengo la garganta seca…
Siguió su estela hasta la orilla del lago y bebió de sus aguas doradas y transparentes, mientras el hada, posada sobre un nenúfar, esperaba. Un cosquilleo le recorrió el cuerpo. No pudo aguantar las ganas de reír.
– No sé por qué me río… – se limpió la boca con el torso de la mano.
Y en verdad, la nostalgia se iba alejando a cada sorbo que daba a esa agua tan fresquita.
El hada tintineó de nuevo mientras abandonaba su cómodo asiento.

Y al cabo de pocos segundos estaba rodeada de pequeñas luces. Dibujaban en el aire bonitas filigranas efímeras en distintos colores. La guiaron hasta un arbusto lleno de frutos pequeños pero muy dulces. Comió hasta saciarse y la sensación de tristeza desapareció. Y todo a su alrededor era alegría y algazara. Los faeris correteaban por encima del agua del lago y hacían piruetas imposibles para entretenerla.
– Ven Blanca al agua… al agua Blanca ven…
– Sí, me apetece bañarme. ¿Creen que yo también podré volar si me quedo lo suficiente?
Se acercó a la orilla y observó el fondo lleno de plantas acuáticas y de peces de colores.
– Acércate a mí… a mí acércate…
Una imagen empezó a formarse ante sus ojos. Una mujer muy bella que la miraba con ojos dulces y familiares. Estiró su mano para tocarla.
– Veen, veen – Hipnotizada por su beldad se inclinó sobre las aguas. Los dedos de la ondina sobresalieron de la superficie del lago, a punto de alcanzarla – ¡VEN!
Un chillido estridente le hirió los oídos y la distrajo por un momento
– Nunca más, Nunca más, no es bien recibido, no. Aquí no tiene dominio, su dominio no tiene aquí… NUNCA MÁS, NUNCA MÁS, NUNCA MÁS.
Un cuervo se abalanzó sobre ella dándole picotazos, agarrando con su pico sus ropas y tironeando de ellas, emitiendo espeluznantes graznidos. Las hadas revoloteaban a su alrededor para entorpecer al ave que parecía poseído por la furia. Blanca manoteaba para quitarse de encima al animal.
–Bicho malo, ¡quítenmelo de encima! ¡Quítenmelo de encima!
La ondina, que había sacado medio cuerpo del agua, antes el parangón de la hermosura era ahora una pesadilla. Abrió la boca y aulló. Su boca llena de dientes puntiagudos estaba transformada en una mueca maligna e intentaba atrapar al cuervo para comérselo.

Esa visión terminó por llevar a la histeria a Blanca, que ya no sabía qué le daba más miedo si el cuervo o esa cosa inmunda. Así que corrió, corrió hasta que sus piernas le fallaron por el cansancio. Y huyó del bosque, hacia la montaña.
– Vuelve, Blanca… Vuelve con nosotros
Por Arminda C. Ferrera

El comienzo: El cíclo inconcluso
Continuación: En el camino
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