Sobre bardos, bufones y damas airadas (Diálogos Cruzados)

Antes que nada decirle a vuestra señoría que me ha sorprendido su observación, pues hablaba con un cretino y no con vos. Primero me alaba y después me acusa que por espíritu deportivo voy descalabrando los sentidos de cuantos sujetos se me pongan por delante. A nadie he imprecado que antes no se haya merecido con creces mis desplantes, y no viene mal que en ocasiones se despejen los humos que  nublan a ciertos individuos en los reales salones. Nubes tormentosas, nieblas insondables…

 Pero ya que se siente usted ultrajada por la forma de expresarme y tan preocupada se encuentra porque el vulgarismo cale en mi arte, intentaré para que no haya ninguna duda responderle claramente.

Mi muy señora mía, entre las grandes

Figuras de la música os tengo,

No empañemos la deferencia con ego,

Aunque duelos de ingenio sean agradables.

Sonetos querían vuestras mercedes

Y sonetos hasta hartase entrego

Aunque mis letras hagan oído vago

Y en vuestras carnes hagan marcas crueles.

Pues el arte es esposa amante,

Veleidosa las más de las veces

Según esté su ánimo cambiante;

Con ella me esposé hasta la muerte,

Quisiera decir que hay noches dulces

Pero no quiero resultar cargante.

Y ya recogiendo el guante que arrojado

Habéis a mi semblante, sin molestia

Le respondo y sin falsa modestia

Que de inteligencia ando sobrado;

Que mejor uso al espejo ajado

Le doy, que  gritar una y otra impudicia;

Para ejercitar mi mente soberbia

Miles de sujetos hay a mi lado,

Que tan amablemente se prestan

A dejar sus intelectos trasnochados.

No dolerán  mucho las letras que restan

No juraré por si al final le pesan,

Y en vuestra cándida alma anclados

Las palabras de este bardo envilezcan.

Sin embargo, como sabe no soy de los que callen. No lo hago por hastío o divertimento, lo prometo; es ante todo una cuestión de equidad a cada cual lo que se merece, pues ante todo soy un caballero ¿o no le parece?

Perdone que me sonría, mejor no conteste.

Por Thallayn Luorell

Historias de Nohm

Inicio:  De lo que le dijo un Señor de renombre a un cretino (II) (Diálogos Cruzados)

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De lo que le dijo un Señor de renombre a un cretino (II) (Diálogos Cruzados)

–         Es usted tan, tan… horrendo

–         Ajá! cierto

–         Lo que yo decía… horripilante

–         ¿Y nada más que añadir a mi triste figura?

Poca imaginación le brindaron las musas. Decir que soy horripilante es como decir que usted es de inteligencia retraída; algo evidente.

Si en su ánimo quería idear un desaire hay un amplio muestrario aquí delante.  Empezando por la cara: ¿Ya estamos en el día de difuntos? ¿De qué muerto es la máscara? Las orejas: Nunca ha de pasar calor ya que puede pasar el día abanicándose; La nariz: un descomunal trampolín para los mocos; La espalda: Está siempre preparado por que el atillo a cuestas lleva incorporado; los pies: Andando llega quince minutos antes; La talla: ¡Increíble, este gnomo de jardín habla! Parturiento: No te alumbraron, te apagaron. Descriptivo: contrahecho, deforme… un aborto; Expositivo: es un claro ejemplo de cruce entre chimpancé y cerdo, chimpancerdo. Escatológico: No naciste, te cagaron al momento. Práctico: Un reposapiés perfecto. Sorpresivo: ¡ay qué mono! cobra nuevo sentido; Gracioso: Nunca pedirá al barbero que le recorte las patillas; Curioso: ¿Y no os duele estar de esa guisa? Pedante: ¿no os cansáis de mirar siempre al suelo y que las damas rocen vuestra chepa para así tener suerte? Planetario: hacia usted todos los insultos convergen por fuerza de gravedad. Y así en adelante, podría usted encadenar agravios, si los dioses le hubieran dado más ingenio y menos petulancia.

Por Thallayn Luorell

Historias de Nohm

Réplica a este texto:  Sobre los señores feos de vacíos tinteros Por Kiram

Contra replica: Sobre bardos, bufones y damas airadas (Diálogos cruzados)

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La sombra que se cierne (La piedra de las Almas)

Patch – Apocalyptica

“- ¿Existe el infierno, Padre? – Preguntó aquella campesina de ojos llorosos, antes de ser degollada por el verdugo, otra vez- ¡Ayúdeme, por favor, padre! No quiero morir.

Y como en aquella ocasión, él le dio la espalda; no paró la mano de la muerte, por miedo a que la siniestra sombra decidiera llevarlo a él en su lugar.

De nuevo, estaba rodeado de cadáveres, con el olor a sangre empapando su recuerdo y las voces lacerantes atravesando su cabeza. Cruzó el terreno sorteando los cuerpos sucios, blanquecinos, inmóviles, que yacían en el barro. Pronto el hedor sería insoportable. Un festín de cuervos.

Miró al cielo en busca del sol, para que la gracia de su diosa descendiera de las alturas e iluminara la senda que debía seguir. Pero estaba encapotado. No podía saber si rompía el alba o anochecía.

Estaba atrapado en ese valle de lágrimas, sombras y muerte. ¿Cuántas veces debía recorrer aquel camino?  Cayó de rodillas al suelo para implorar el perdón por su cobardía, cerró los ojos con fuerza.

Por unos instantes nada vio, ni sintió, ni escuchó… y podría ser que la paz ansiada hubiera llegado, por unos momentos eso fue lo que pensó. Sin embargo, de repente estaba en otro lugar, donde una inmensa hueste, de la que no hallaba final, se extendía ante sus ojos. Ejércitos de diferentes épocas y lugares, de pueblos y razas dispares, aguardaban en la frontera. Sus pendones ajados ondeaban, sus armaduras oxidadas y sus armas estaban dispuestas para la batalla. Aguardaban la señal, la estrella en el cielo”

Este fragmento pertenece al Capítulo XII de “La Piedra de las Almas” . Si quieren leerlo entero desde el principio pinchar AQUí. Si bien quieren leer el capítulo XII pueden dirigirse al enlace que está a continuación.

La Piedra de las Almas Capítulo 12

por Arminda C. Ferrera

Historias de Nohm

La fina diferencia entre la valentía y la estupidez

–  No desnudo el acero salvo para matar; ni por diversión, ni por entretenimiento, ni para demostrar nada a nadie – dijo Amandill  mientras desafiaba con la  mirada al que llamaban el Inquebrantable, su General.

–  ¿Tienes algún tipo de reparo con luchar con las manos desnudas? – repuso con sorna, pero  algo contrariado, pues nadie había osado a negarse a cruzar la espada con él, a no ser por miedo.

–  En absoluto, una paliza se la lleva cualquiera (y tú vas a morder el polvo)

Daynthayrath tenía dos cosas claras: no le caía bien pero nadie podía decir que no tuviera unos cojones de acero.

Amandill Grull a Daynthayrath Ryll

(Historias de Nohm)